
Un joven bogotano conjuga el sueño de todo trabajador: no se estresa, hace lo que le gusta y gana dinero.
Darwin Velandia entrena 6 horas diarias para tener un buen desempeño.
Darwin Velandia es un piloto de carreras que no tiene un equipo de ingenieros que revisa la alineación y la calibración de las llantas de su automóvil, tampoco lidia con la estrechez del habitáculo ni con la rutina de acomodar el casco que lo protege de los golpes. Su único rito consiste en revisar el estado de las baterías del control del Xbox 360, el instrumento que se convierte en su volante y en su herramienta de trabajo.
Si bien un fallo en el control no le significaría el riesgo de lastimar su integridad física, sabe muy bien que le podría costar caro. Un trompo o una mala entrada a una curva pueden traer la derrota en la pista y la pérdida de un premio. Además de diversión y pasatiempo, Darwin ha hecho de los videojuegos el mejor camino para mantenerse por casi una década.
Al crecer en el seno de una familia humilde, los apretujones de la economía lo sacaron de la escuela a los 12 años. Enfrentarse al mundo laboral tan joven no fue fácil. Los empleadores no le daban trabajo a una persona menor de edad. Sin más remedio y con las ansias típicas de un niño por el juego, salía de su casa hacia los locales que alquilaban consolas por horas. Jugando de cuando en cuando y soportando continuamente los reproches de su padre, se hizo experto en un juego de combate titulado Dragon Ball Final Bout.
La destreza lo hizo merecedor del primer logro de su carrera, al coronarse campeón de un torneo en el barrio Patio Bonito especializado en el juego de sus amores. Un título que le generó un botín del que se le escapa la cifra exacta, pero que era lo suficientemente jugoso para motivarse. Después de un año de práctica y de victorias en diferentes juegos, Darwin encontró su fuerte en los juegos de carros. Entró en la onda del Need for speed y sus múltiples ediciones, encontrando en la versión High Stakes la que mejor se adaptaba a su estilo de manejo.
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